Al contemplar la tierna inocencia de la juventud, recordamos la profunda simplicidad de esta aspiración. No se trata de alcanzar la grandeza o superar las expectativas de los demás. Más bien, se trata de fomentar un espíritu de alegría y resiliencia, un espíritu que pueda capear las tormentas de la vida y disfrutar del calor de los días más soleados.
No esperamos que deslumbres al mundo con tus talentos o logros. No, nuestro mayor deseo es que abraces cada día con el corazón lleno de felicidad y los ojos brillantes de optimismo. Porque en estas cualidades reside la verdadera esencia de una vida plena: una vida enriquecida por momentos de risa, bondad y positividad inquebrantable.
Mientras recorre los giros y vueltas de la vida, recuerde que la felicidad no se encuentra en la búsqueda de la perfección ni en la acumulación de elogios. Se encuentra en los placeres simples: la calidez de una sonrisa, el consuelo del abrazo de un ser querido, la belleza de una puesta de sol que pinta el cielo en tonos dorados y carmesí.
Querido hijo, que a medida que crezcas y florezcas, siempre lleves dentro de ti las semillas de la felicidad y el optimismo. Que florezcan y se conviertan en un jardín de resiliencia, que nutra tu alma y guíe tu camino. Y que nunca pierdas de vista las maravillosas posibilidades que te esperan, impulsadas por el poder de tu inquebrantable positividad.