Desde que se pone un pie en el Coliseum, llamado antiguamente Alfonso Pérez Muñoz y ahora sin nombre ni apellidos, se intuye todo lo que va a pasar, se prepara uno para que no vuelva a suceder y aún así la historia se repite. Un cronista podría llegar con un texto hecho de casa, tomarse una cerveza durante el partido y limitarse a cambiar un par de nombres propios al final. Por eso, aunque Hansi Flick fue sincero al reconocerlo, cuesta creer que algo le sorprendiera en Getafe. Tiene un numeroso staff técnico no sólo compuesto por sus hombres de confianza llegados esta temporada, también con analistas que conocen ese campo de batalla, que no estadio de fútbol. Y se entiende que el alemán, mediante intérprete, dialoga sobe la preparación de un partido con jugadores que ya han vivido la experiencia de riesgo.
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Puede ser con sol primaveral a primera hora de la tarde y con césped tan alto que no permite ver las botas (homenaje a Xavi Hernández) o con frío invernal a última hora de la noche en una superficie deslizante, también se recuerdan cráteres y calvas en el terreno, vientos huracanados, tempestades bíblicas… Y si no fue así, el sufrimiento vivido permite la licencia. Pasó con Pepe Bordalás en el banquillo antes de su transformación física, sin Bordalás, con José Bordalás después de su transformación física… Hay distintos envoltorios para que el rival crea que el producto es diferente. Pero no, es el mismo de siempre. Masoquismo del bueno. Juego al límite con permisividad arbitral. Interrupciones. Protestas. El paraíso del otro fútbol para los locales, el infierno para los visitantes. Y el Barça siempre cree que esta vez acertará a diferenciar. Y cae en la trampa.
“Es complicado jugar contra el bloque bajo del Getafe”, reconoció Pedri, quien para regalar un gol a Jules Koundé tuvo que hacer la asistencia del siglo, dibujada con la precisión de un delineante. Esa sutileza en el pase final sólo la exhibió el Barça una vez. A toro pasado, expresión que encaja con esta historia, se echó de menos a Dani Olmo jugando desde el inicio, cuando hasta los más duros del Getafe van con pies de plomo mientras escudriñan al árbitro, no vaya a ser que por una vez se presente dispuesto a pitar y a sancionar lo que ve. Flick debió pensar que el egarense era ideal para la última media hora contra un Getafe ya fatigado. Pero para entonces al colegiado de turno ya se le ha ido el partido de las manos y hay barra libre para empujar, bloquear, obstaculizar y fingir. En el Coliseum siempre se juega más en la primera media hora (poco) que en la última (nada). Que tome nota Flick por si el Getafe es el rival en los cuartos de final de Copa y hay que volver al Coliseum.
Hubo un penalti a Koundé, sí, con Rüdiger a carcajada limpia en el sillón de su casa, y un par de ocasiones de Raphinha y Lewandowski que normalmente tendrían que haber entrado. Pero, por antiestético que sea, el Getafe es un equipo trabajadísimo en los aspectos defensivos, solidario y concentrado. Para ganar una Liga y confirmar la reacción exhibida en la Supercopa y en la Copa, hay que superar a rivales así con fluidez en el juego, precisión, toma de buenas decisiones, control de emociones. Flick creía que ya conocía la Liga hasta que en Getafe se llevó un golpe de realidad. Es frío y analítico. De todo se aprende y queda mucha Liga. Que sea un punto de partida.